Mi madre, Dorothy, solía pasar muchas horas creando hermosos tejidos. En su mayoría, eran prendas hechas para nosotros, sus hijos, y luego, cuando ya nos convertimos en padres y madres, las hacía para sus nietos. También disfrutaba crearlas para personas a quienes nunca conocería. Ocupaba sus manos creando calidez para quienes lo necesitaran, tejiendo gorritos suaves y calientitos para bebés recién nacidos. Era excelente en esto, aún cuando sus manos se volvieron menos hábiles por la edad. Cada vez que terminaba un gorrito, se tomaba un momento para examinar su trabajo, a menudo aflojando los nudos para arreglar partes que necesitaban más atención. Al reflexionar sobre este recuerdo, me doy cuenta de que la vida no es muy distinta a esos gorritos tejidos; la vida es un tejido complejo de momentos de alegría, amor y conexión, entrelazados con hilos de dolor, vergüenza y gatillos. Nuestras mentes perciben y nuestros cuerpos sienten el tejido de nuestras experiencias de vida y, a menudo, pueden revelar nuestro sentido del yo, de nuestro bienestar, desentierran el dolor y la vergüenza, y ofrecen una mirada hacia lo que yace por debajo de nuestros gatillos. Cuando nos acercamos con compasión hacia estas heridas, podemos ofrecer un destello de esperanza y comprensión para quienes están sufriendo.
¿Qué son los gatillos?
Cuando pensamos en un arma, como lo articula Gabor Maté, se hace evidente que el gatillo solo es una fracción de un elemento más grande. Mientras percibimos el gatillo como el catalizador de una reacción explosiva, la verdad yace en reconocer que la reacción primaria surge de los esfuerzos coordinados de los componentes internos del arma, en lugar del gatillo por sí solo. De manera similar, este principio también se extiende hacia nuestra comprensión de los gatillos emocionales.
Estos gatillos pueden variar, desde una percepción a través de nuestros cinco sentidos, hasta experiencias, lugares o personas que revelan heridas no resueltas de nuestra niñez. Es esencial reconocer que estar gatillado no es señal de debilidad, sino un indicador de que hay algún dolor (por alguna brillante razón adaptativa) y que hay una oportunidad para sanar. ¡Tenemos la oportunidad de llevar curiosidad hacia eso! Es más poderoso ser curioso sobre lo que nos gatilla en lugar de enfocarnos en el gatillo en sí mismo.
¿Cómo se relacionan los gatillos y el dolor?
¿Recuerdas la razón adaptativa de la que hablaba anteriormente? Cuando experimentamos dolor en la niñez, ya sea emocional o físico, tenemos la expectativa de que alguien estará ahí para sostenernos y acompañarnos para atravesar ese dolor. Necesitamos poder acudir a quienes nos cuidan para aprender a regularnos. A este nivel de sintonía lo llamamos apoyo incondicional y co-regulación. Es nuestro derecho de nacimiento recibir cuidado de esta manera, y está en nosotros el poder acudir a nuestros padres o cuidadores para recibir su apoyo. Pero, ¿qué pasa si ellos no pueden darnos eso? ¿Qué pasa si ellos no están conscientes de nuestro dolor? ¿Qué pasa cuando expresamos nuestro dolor y no le ponen atención? Experimentar este nivel de dolor solos es mucho para un sistema nervioso joven, y puede generar una sensación de peligro y falta de seguridad. ¿Cómo nos adaptamos? Desarrollamos mecanismos de afrontamiento que construyen una sensación de seguridad para que podamos seguir conectados con nuestros padres o cuidadores. ¿Alguna vez has escuchado de algo más brillante que esto? Quizás sea bueno que tomes unas respiraciones profundas y le agradezcas a tu niña/o por ser tan brillante.
Un gatillo nos recuerda física o emocionalmente de aquel dolor que fue muy fuerte para procesar solos cuando éramos niños; era un dolor que reprimimos o amortiguamos para no sentirlo del todo. Un gatillo es aquello que nuestros cuerpos experimentan en respuesta a un estímulo en el presente pero, ¿cuál es exactamente esa respuesta? ¿Es algo programado en nosotros? ¿Podemos trazar el camino hacia su origen? Reconocer que ese dolor requiere un nivel de vulnerabilidad que no está disponible para nosotros cuando somos niños. Acercarnos al miedo como adultos, con la intención de ser un contenedor seguro (a menudo es un espacio que hemos creado nosotros mismos), nos puede permitir sentarnos con la incomodidad del dolor. Dejar que las emociones y el dolor surjan para poder desmantelar las barreras que nos detienen de vivir de forma auténtica.
¿Dónde encaja la vergüenza?
La vergüenza es una emoción que se nutre del secretismo y del juicio. La vergüenza es el protector más potente del ego, cumple el rol de mantenernos ‘en línea’ para ser aceptados por nuestro grupo. La creencia central de la vergüenza es: “Lo que estoy escondiendo de mí es tan horrible que si alguien se entera, me excluiría y me abandonaría”. La vergüenza se activa cuando empezamos a ver aquel dolor que era tan horrible que lo sofocamos o lo escondimos, la vergüenza quiere que mantengamos ese dolor escondido para que nadie sepa que estamos rotos y nos abandone. El miedo al juicio o al rechazo de otros puede profundizar esas heridas emocionales, creando un ciclo que parece interminable. Ver nuestra vergüenza con amor, ofrecerle una voz a ese dolor y notar cuáles son los gatillos involucra desmantelar las narrativas falsas que hemos internalizado como verdades. Este trabajo solo se puede hacer en la presencia de la seguridad que nosotros, como adultos, co-creamos con el equipo de apoyo que armamos a nuestro alrededor. Atravesar este camino de sanación es como tomar una masterclass en valentía, auto-descubrimiento, resiliencia y compasión. Es a través de la compasión por nosotros mismos y por otros que podemos avanzar hacia una vida más auténtica.
Al examinar nuestras creencias limitantes sobre quién somos, tenemos la oportunidad de ver lo que nos gatilla con curiosidad para reescribir nuestra historia. Es como si viajáramos en el tiempo y deshicieramos los puntos en nuestro tejido que necesitan atención, puntos que quizás se enredaron con lo que estaba pasando o que quizás ni siquiera tejimos. Tal vez decidamos deshacer los puntos y volver a tejerlos, o quizás dejemos el punto tal y como está y solamente admirando la forma en que se adapta al patrón de la tela. Es posible que volvamos a tejer el punto sin tener que deshacer toda la pieza. Al escribir este artículo reconozco la sabiduría con la que mi madre navegaba este simple acto de crear calor para quienes la rodeaban y lo he convertido en una lección para mí. También puedo ver que al igual que ella, puedo “retomar el punto suelto.”