Prefacio: El trauma afecta a los individuos provocando una pérdida de flexibilidad en sus respuestas, desconexión de sí mismos, una visión del mundo restringida y dificultades para permanecer en el presente. Como terapeuta, guío a los clientes para que reconozcan estos patrones, ayudándoles a recuperar el control sobre sus reacciones, a reconstruir la conexión consigo mismos y a expandir su perspectiva del mundo. A través de prácticas de atención plena y compasión, la sanación se convierte en un viaje de redescubrimiento de la resiliencia y de vivir más plenamente en el presente.
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Fotografía por Francesco Ungaro en Unsplash
Como terapeuta, he trabajado con innumerables personas que cargan el peso del trauma en sus mentes y cuerpos. Aunque cada historia es única, emergen ciertos patrones—maneras en que el trauma remodela el yo, las relaciones y la capacidad de vivir plenamente en el presente. Mi rol es ayudar a los clientes a reconocer y entender estos patrones, permitiéndoles reclamar lo que el trauma les ha arrebatado.
Una clienta, Elena, ilustra bien estos conceptos. Ella entró a mi consultorio por primera vez con pasos vacilantes, con los brazos cruzados protectoramente sobre su pecho. La tensión en su postura decía mucho antes de que ella dijera una palabra. En los meses siguientes, el viaje de Elena me ayudó a explicar cuatro aspectos principales del trauma a otras personas: la pérdida de flexibilidad en la respuesta, la desconexión del yo, una visión del mundo restringida y la dificultad de estar presente.
Pérdida de flexibilidad en la respuesta
Elena a menudo describía sentirse “atascada en piloto automático”, reaccionando a situaciones de maneras que no entendía completamente ni controlaba. Una voz elevada, sin importar el contexto, inmediatamente desencadenaba pánico, mientras que los cambios inesperados en su rutina la dejaban sintiéndose abrumada e impotente.
Exploramos esto juntas y le expliqué cómo el trauma interrumpe la capacidad del sistema nervioso para responder de manera flexible. En un estado saludable, podemos ajustar nuestras reacciones en función de la situación, pero el trauma nos bloquea en modos de supervivencia—lucha, huida, parálisis o complacencia. Estas respuestas automáticas, aunque protectoras durante el evento traumático, se vuelven maladaptativas cuando persisten mucho tiempo después de que el peligro ha pasado.
Juntas, Elena y yo trabajamos para identificar sus gatillos y cómo estos se vinculan con sus experiencias pasadas. Las técnicas de enraizamiento, como la respiración lenta y ejercicios de conciencia corporal, la ayudaron a crear una pausa entre estímulo y respuesta. Con el tiempo, comenzó a notar momentos en los que podía elegir sus reacciones, reclamando un sentido de agencia
Desconexión del Yo
Durante una sesión, Elena dijo algo que se quedó conmigo: “Ya no sé quién soy”. El trauma a menudo corta nuestra conexión con nosotros mismos, separándonos de nuestras emociones, necesidades y sabiduría interna. Para Elena, esto se manifestaba de maneras grandes y pequeñas—luchaba para tomar decisiones simples, como qué comer para la cena, se sentía adormecida durante momentos felices e ignoraba las señales de hambre o cansancio de su cuerpo. Hablamos de cómo los mecanismos de supervivencia pueden obligarnos a suprimir partes de nosotros mismos para sobrellevar la situación. Por ejemplo, si llorar traía críticas durante su infancia, tenía sentido que Elena hubiera aprendido a reprimir sus emociones. Pero esta desconexión tenía un costo, dejándola fragmentada y a la deriva.
Para reconstruir su conexión consigo misma, animé a Elena a participar en actividades que priorizan la curiosidad y la gentileza sobre el juicio. El diario se convirtió en un espacio para que explorara emociones que había reprimido durante mucho tiempo, mientras que el yoga la ayudó a sintonizar de nuevo con su cuerpo. Con el tiempo, comenzó a redescubrir su voz interior, dándose cuenta de que no se había perdido realmente—simplemente había estado fuera de alcance.
Una Visión Restringida del Mundo
El trauma también estrechó la perspectiva de Elena. Describía el mundo como peligroso, a las personas como no confiables y a la felicidad como fugaz. “¿Cuál es el punto de esperar algo mejor?” me preguntó una vez, con una voz cargada de resignación. El trauma puede distorsionar cómo vemos el mundo, enseñándonos a priorizar la seguridad sobre todo lo demás. Esto a menudo conduce a un pensamiento en blanco y negro: el mundo es seguro o no lo es, las personas son buenas o malas. Aunque esta mentalidad es protectora durante los eventos traumáticos, se vuelve limitante cuando se traslada a la vida cotidiana.
No la presioné para adoptar un optimismo ciego; eso habría desestimado su dolor. En cambio, juntas nos enfocamos en notar pequeños momentos de seguridad y amabilidad —una interacción cálida con un amigo, la belleza de la naturaleza durante un paseo. Lentamente, su perspectiva comenzó a cambiar. Empezó a ver que, aunque existían el peligro y el daño, también existían la conexión, la belleza y la esperanza.
Dificultad para estar presente
Parte de la presentación de su trauma incluía episodios tanto de ansiedad como de depresión. Le expliqué que el trauma a veces afecta nuestro sentido del tiempo: la depresión a menudo está relacionada con situaciones pasadas mientras que la ansiedad nos sitúa en algún escenario futuro. Elena afirmó que su mente rara vez estaba tranquila, siempre escaneando en busca de posibles amenazas.
Discutimos cómo el trauma nos ancla a momentos de dolor, atrapándonos en ciclos de revivir y anticipar daños. El sistema nervioso se vuelve hipervigilante, dejando poco espacio para el aquí y ahora.
Las prácticas somáticas se convirtieron en una herramienta poderosa para Elena. Al principio fue un desafío: su mente se resistía a permanecer en el presente, retrocediendo a recuerdos o avanzando hacia peligros imaginarios. Pero con la práctica, encontró momentos de paz. Ejercicios simples de enraizamiento, como nombrar cosas que podía ver, oír y sentir, la ayudaron a arraigarse en el presente. Lentamente, comenzó a experimentar la vida a medida que se desarrollaba, en lugar de a través del lente del dolor pasado o el miedo futuro.
El camino hacia la sanación
El viaje de Elena no fue lineal, y hubo momentos de frustración y duda. Pero con el tiempo, comenzó a encarnar la resiliencia. Aprendió a pausar antes de reaccionar, a reconectar con su yo interior y a expandir su visión del mundo.
El trauma puede haber dejado sus marcas en ella, pero ya no la definía. La historia de Elena es un testimonio de la fuerza que existe dentro de todos nosotros: la capacidad de enfrentar lo que parece insoportable y emerger más fuertes, más completos. Como terapeuta, me siento privilegiada de ser testigo de estas transformaciones, ayudando a mis clientes a redescubrir partes de sí mismos que pensaban perdidas para siempre.
A menudo les recuerdo que la sanación no se trata de borrar el pasado. Se trata de aprender a llevarlo de manera diferente. A través de la conciencia, la compasión y la acción intencional, podemos reclamar nuestras vidas, un momento a la vez.
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